El padrino, Mario Puzo
El padrino (1969) es una de tantas novelas escritas para pagar deudas acuciantes, con poco tiempo para detalles elaborados o investigación; sin embargo, esta obra se convierte rápidamente en el best seller que trae la fama a un autor hasta entonces desconocido. La historia de Mario Puzo termina de consolidarse al estrenarse en 1972 la película homónima dirigida por Coppola, y por eso la película también tiene su parte en esta reseña. Sujetaos al café.
La historia se desarrolla en el seno de la familia mafiosa más afianzada de Nueva York, recogiendo mediante las interacciones de los personajes el desarrollo de sus negocios y su vida privada. Ambas facetas se contextualizan dentro de su particular visión del bien y el mal, que a veces es firme y otras se desdibuja ante la famosa línea:
“No es nada personal, sólo negocio.”
«La Familia”—como se denomina a la organización— se presenta desde el principio mediante una multitud de personajes, que elabora en la complejidad de gestionar un negocio tan grande dónde las conexiones nunca son únicamente profesionales: matrimonios, amistades y el registro de deudas y favores rigen la actividad de los Corleone. Tres de esos personajes dirigen la acción, Don Vito Corleone y dos de sus hijos, Sonny y Micheal. Los tres tienen en común un profundo interés y atractivo; son personajes creados para ensalzar el mito, no para capturar una realidad compleja.
Don Vito Corleone aparece como un hombre forjado a sí mismo, uno entre un millón, que encarna la conjunción de fuerza e inteligencia para no solo tomar el poder, sino para gestionarlo. Muestra una sintonía en su naturaleza con su hijo menor Michael, con la salvedad del rechazo que Michael siente hacia las actividades de la familia. Su primogénito, Santino (Sonny) se sitúa al lado opuesto del espectro, siendo un personaje violento, sexual, cuya identidad está determinada por su pertenencia a la familia.
La novela comienza durante una época de bonanza entre las cinco familias que dirigen el crimen organizado en la ciudad que tiene lugar desde el auge de la familia Corleone, quince años atrás. Un desacuerdo de negocios acaba por desencadenar una guerra entre ellas, en la que Mario Puzo crea una trama coral compleja, en la que la acción es continua haciendo la lectura ágil. Durante el periodo de hostilidades, se alternan los roles entre hijos, y el protagonista último de la novela acaba por ser Michael, que se ve inevitablemente envuelto en la familia al ser el único con los requisitos indispensables: la mente fría y los lazos de sangre.
La sensación durante la lectura es parecida a leer una novela de aventuras, pero con protagonistas más atractivos y menos admirables que Huckleberry Finn o Jim Hawkins. Sin duda, no me esperaba que El padrino se leyera tan rápido. Es un libro que ha amenizado noches y viajes en tren, tardes de mucho calor. Una buena lectura de playa, ahora que todavía es verano. Esta ligereza se debe en parte a que Puzo pasa de puntillas por encima de grandes temas: la lucha interna de Michael, que se ve avocado a una forma de vida que en un principio rechazaba; la historia de la mafia, y la moral grisácea en la que se mueve. La justicia para aquellos a los que la sociedad falla —encarnado en Amerigo Bonasera— y, dentro de esos vacíos de poder, la legitimidad de lo adquirido mediante la violencia. Esos temas cargan de significado una de las —muchas— citas célebres de la historia.
Si queremos justicia, deberemos arrodillarnos ante Don Corleone
Sin embargo, no se explora en profundidad ninguna de estas cuestiones y es en este aspecto dónde el medio artístico de la historia cobra impacto. La cámara hace un trabajo muy hábil a la hora de plantear estas preguntas y dejarlas a cargo del espectador. Sin embargo, en una novela con una narrativa tan omnisciente, se genera una cierta sensación de vacío; las incógnitas no se dejan en el aire, si no que se responden rápidamente con referencias al destino. El destino de Vito era convertirse en Don, el destino forjó la violencia de Sony. El destino quiso que Michael tomara parte en la familia. Esta falta de profundidad afecta a los personajes ya que, aunque van un paso más allá del estereotipo, resultan más planos de lo que pudiera imaginarse. Ninguno cambia apenas mientras pasan las páginas, aunque sí se abordan desde diferentes ángulos a lo largo de la historia.
“Don Vito Corleone era un hombre al que todos acudían en demanda de ayuda, y nadie salía defraudado. Nunca hacía promesas vagas ni se excusaba diciendo que sus manos estaban atadas por fuerzas más poderosas que él mismo. No era necesario que uno fuera amigo suyo, como tampoco importaba que uno tuviera medios para devolverle el favor. Una sola cosa era precisa. Que uno, uno mismo, proclamara su amistad hacia él. Y luego, por pobre que fuera el suplicante, Don Corleone hacía suyos sus problemas, sin concederse descanso hasta haberlos solucionado. ¿Su premio? La amistad, el respetuoso título de <<Don>>”
-Capítulo I
“Era una imagen muchas veces repetida, según observaría Michael, la del Don ayudando a aquellos que se encontraban en dificultades y cuyas dificultades él mismo había colaborado a crear»
– Capítulo XXVIII
Para mi, el Padrino es una de esas rara avis en las que la película supera al libro, al menos desde un punto de vista artístico. Toda la acción se recoge en secuencias muy elaborada en la que la fotografía cobra mucho protagonismo. Las actuaciones estelares de Al Pacino y Robert DeNiro terminan de crear esa atmósfera señorial, retratando a hombres que se encuentran por encima de las reglas sociales, por derecho propio. Pero lo cierto es, que la maestría de la película se disfruta más tras la lectura, y que dicha lectura es, sin duda, agradable y animada. Es increíble como Coppola captura pequeños detalles que solo se mencionan de pasada en la novela, pero que enriquecen la imagen todavía más. Entre mis favoritos os dejo el despertar de Kay Adams, con la la famosa escena del cierre de la puerta, envuelto en una banda sonora icónica y a Sandra Corleone comentando con gestos la inmensidad del pene de Sonny, durante la boda de Connie.
«Desde allí oyó abrirse la puerta, y al salir vio a Clemenza, Neri y Roco Lampone, acompañados de los guardaespaldas. Michael estaba casi de espaldas a ella, pero Kay se movió un poco, lo justo para ver a su marido de perfil. Entonces, Clemenza se dirigió a su marido llamándole Don Michael. Kay vio como Michael recibía, de pie, el homenaje de aquellos hombres. Y se acordó de las estatuas de Roma, de las estatuas de los emperadores romanos, quienes, por derecho divino, eran dueños de la vida y de la muerte de sus súbditos.«
– Capítulo XXXI
«De aspecto fuerte como un toro, se decía que su esposa odiaba tanto el lecho matrimonial como otrora habían odiado la hoguera los infieles. Malas lenguas habían llegado a afirmar que de joven, cuando visitaba las casas de mala nota, las rameras más curtidas le pedían tarifa doble.«
– Capítulo I