La Conjura de los Necios
En la Conjura de los Necios (A Confederacy of Duances, John Kennedy Toole) hay dos historias: una obvia, la de los personajes, la que se lee y se estudia; pero lo particular de este libro es la segunda, la de su publicación. Comenzaré por el interior del libro —al fin y al cabo son las páginas que nos acompañan— pero sujetaos al café, porque en este caso la realidad supera a la ficción.
Puerta de entrada a La Conjura de los Necios. Editorial Anagrama.
A primera línea, la Conjura de los Necios ya muestra su carácter único.
Una gorra de cazador verde apretaba la cima de una cabeza que era como un globo carnoso. Las orejeras verdes, llenas de unas grandes orejas y pelo sin cortar y de las finas cerdas que brotaban de las mismas orejas, sobresalían a ambos lados como señales de giro que indicasen dos direcciones a la vez.
Así se presenta Ignatius J. Reilly, el protagonista anti-heroico y anti-todo. Las primeras páginas de la novela recorren esta descripción breve y rasposa de Ignatius, su madre y la vida que llevan.
[…] la señora Reilly estaba en el departamento de bollería, el pecho maternal apoyado en una vitrina que contenía almendrados. Uno de sus dedos, gastado de frotar tantos años los gigantescos y amarillentos calzoncillos de sus hijo, tamborileó en la vitrina para llamar la atención de la vendedora.
Ambos seres son radicalmente opuestos a los personajes que pueblan las novelas corrientes —y la vida corriente—. Ignatius es una figura totalmente nueva, un intelectual ligeramente vomitivo y desconectado de la realidad, y que es mediocre en todo menos en su ideología. Tanto es así que aboga por un retroceso moral colectivo a nada menos que la Edad Media y cree que su destino está dictado por la Rueda de la Fortuna. Su madre, extravagante y agotada por las demandas de un hijo al que ha consentido demasiado, aparece a veces incapaz de gestionar sus problema; se lamenta y bebe y, en ocasiones, consigue imponer a medias su voluntad.
Ambos personajes se ven envueltos en un aprieto financiero tras una maraña de acontecimientos en una visita al centro comercial. Esta primera elaborada secuencia tiene un impacto doble. En primer lugar, se pone en marcha el motor del argumento: Ignatius debe incorporarse al mundo laboral, para lo que está plenamente incapacitado. En segundo, se presenta a casi todos los personajes secundarios que se entrelazarán dentro de las sub-tramas cómicas.
A partir de entonces, se construye un mapa complejo de sucesos en distintos puntos de Nueva Orleans que se desarrollan con mucha maestría. De la mano de otro autor, la progresión de eventos podría parecer maniqueas y sacar al lector de la mística de la novela; sin embargo, Toole consigue sostenerlas y hacerlas parecer verosímiles aún teniendo en cuenta lo absurdo de cada épica de Ignatius. No obstante, todo lo que ocurre es congruente con la lógica que rige a cada personaje de la novela, y cada sistema de creencias está bien recogido y consolidado; por muy trastornada que sea la pequeña sociedad que participa en las aventuras, siempre es coherente.
Este segmento de la sociedad que abarca la novela tiene cierto carácter: no es lustroso, ni mágico. Ni extremadamente violento, ni cruel. Tampoco es bondadoso. Casi todos los personajes tienen una profundidad mayor de la esperada en una comedia de enredos, ninguno se ajusta a arquetipos clásicos, si no que se mueven por diferentes rincones de la marginalidad, muchas veces con un toque de ternura, en general con rasgos exagerados hasta la comedia, pero siempre en ese marco de mediocridad. Nunca se retrata desde un espejo realista, si no que caricaturiza cada carácter convirtiéndolo en algo sobre lo que ningún otro libro habla. Ignatius perturba las historias mundanas de todos aquellos con los que se cruza, así los sucesos se desarrollan de formas rocambolescas, pero con un “final feliz”. Esto, sumado a las breves y escasas secciones dirigidas a explicar cómo Ignatius ha llegado a convertirse en lo que es, crea un halo de perdón y ternura alrededor del personaje. Sin embargo, son muchas más las secciones de mal comportamiento, amenazas, desprecio y odio; secciones que inclinan la balanza hacia la repulsión, al menos al leerlo en 2024.
La Conjura de los Necios es una novela escrita en los años 60, pero publicada en 1980 y ganadora del Pulitzer en 1981. Los acontecimientos relativos a la novela en estos 20 años me hacen pensar en algo que dijo un compañero de la universidad “la realidad siempre puede superar a la ficción, porque la ficción necesita ser verosímil para ser parecer auténtica, la realidad no.” Toole intentó publicar su novela, pero el editor interesado acabó —tras un largo tira y afloja— por rechazarla. Relacionado con este asunto o no, Toole se suicida en 1969, quedando el manuescrito en manos de su madre Thelma Toole, quien persigue incansable durante años a diversos editores hasta conseguir la atención de Percy Walker y, después, su publicación.
Con los años, he llegado a ser muy hábil en lo de eludir hacer cosas que no deseo hacer. Y algo que evidentemente no deseaba era tratar con la madre de un novelista muerto; y menos aún leer aquel manuscrito, grande, según ella, y que resultó ser una copia en papel carbón, apenas legible.
Pero la señora fue tenaz; y, bueno, un buen día se presentó en mi despacho y me entregó el voluminoso manuscrito.
Percy Walker
Esta historia se hizo popular en la época, hasta el punto en el que parece ser una de las causas de su éxito, e incluso algunos críticos piensan que el premio Pulitzer tuvo mucho que ver con dicha popularidad.
Siendo sincera, es un libro que no me ha gustado; pero que sí ha conseguido transportarme a otra realidad —dónde me ha hecho sentir terriblemente incómoda— con sus detalles mordaces y su buena construcción; y eso es un poder que solo tiene la buena escritura. Para mí, la mayor contrariedad reside en que es una novela que ha envejecido mal y que no encaja con el cambio de valores entre la década de los 80 y los 2020. Muchas de las críticas de su tiempo la encuentran “hilarante” o ligera, pero a mi, en muchos casos, la lectura me ha hecho experimentar auténtico malestar. En buena parte porque reconozco cierto tipo de comportamiento y cierto tipo de ideas que forman parte de la actualidad, no podría descubrir mejor de lo que lo hace este artículo “Ignatius Reilly, el abuelo del troll de internet”. Pero también en parte porque, para mí, las señas de humanidad y ternura acerca de Ignatius no han sido suficiente, es un personaje que me disgusta y he disfrutado mucho más leyendo las escenas de personajes secundarios, porque a esos sí pude cogerles cariño. Me hace lamentar profundamente que alguien que tenía tanta capacidad para la ficción no la utilizara para escribir otra cosa.