Aprender de libros

Hay un par de proyectos que tengo solo para mi. Son proyectos que realmente a nadie le importan, que no comparto con amigos o familia y que no tendrán ningún tipo de beneficio profesional. Puede sonar extraño empezar definiendo un hobbie; pero sé que hay para quien es aún más extraño que exista gente que invierta su tiempo en actividades que no tienen ningún retorno, que no son productivas; que no se aplican a nada y consumen recursos. Lo sé porque yo antes era así. Algo inesperado que me han brindado estas actividades es un cierto nivel  de profundidad sobre ciertos temas, y la necesidad de aprender de algo muy alejado de mi formación académica —extensa, pero a veces inútil—. Las lecturas de no ficción se han convertido en mi forma predilecta de desarrollar habilidades o adquirir conocimiento cuando me falta, y es por eso, que en mi mesilla de noche hoy se mezclan libros de anatomía y horticultura con algunos de los clásicos (y de los contemporáneos) que espero reseñar más adelante.

Mesilla de noche Enero 2024

Esta reflexión la escribo en 2024, cuando aprender una afición mediante libros es cada vez menos frecuente: mi generación pasó la adolescencia preguntándole dudas a Google y parece que la vida adulta la pasaremos haciendo lo mismo con ChatGPT. Sin embargo, tengo recuerdos de mi madre diciendo “búscalo en el diccionario” cuando no sabía que significaba algo; también de la gran enciclopedia Espasa que teníamos en casa y que ahora estará en algún lugar del garaje esperando ser llevada al reciclaje. De ahí que cuando decido aprender algo desde un libro siento cierta nostalgia tierna en mí, y si es verdad lo que dijo Rilke y la verdadera patria del hombre es su infancia, para mi, esa patria siempre ha tenido libros, pero no internet. 

Aprender de libros tiene una mayor fricción inicial, no quiero engañar, y por lo tanto puede que no sea siempre la mejor opción: requiere paciencia desde el principio, ya que es necesario dar con el libro adecuado y leer con cuidado unas cuantas páginas hasta encontrar la respuesta a la pregunta inicial: en internet te habría llevado minutos. Resulta difícil encontrar el momento para un proceso tan largo porque estamos acostumbrados a lo inmediato, la interacción rápida, al entretenimiento infinito y al bombardeo de información sin ninguna proactividad por nuestra parte o, como menciona Schwalbe, estamos incluso acostumbrados “a interrumpir nuestras interrupciones”. Como contraste, resulta reconfortante la idea de visitar una biblioteca en invierno y leer en el salón con la calefacción puesta o tumbado sobre la toalla de verano en la piscina. Son placeres sencillos, que crean un espacio de pausa en el que nunca te intercepta una  notificación.

Aprender de libros tiene una serie de ventajas no tan obvias como esta. La inversión de tiempo y fuerzo, es correspondida por palabras de confianza, que han sido cuidadas y escritas con mimo, releídas mil veces antes de su impresión. El largo formato requiere de una mayor estructuración del contenido, así como de la orquestación de escritor y editor para la creación de un elemento bien documentado, bien redactado y, por lo general, de mayor calidad que gran parte de los textos que pululan por la web sobre los mismos temas.

Decidir conscientemente sumergirse en un libro para desarrollar una habilidad en lugar de aprender a partir de piezas fragmentadas de contenido tiene cierto potencial trasformador. Pasan horas, y al principio puede ser difícil porque estamos solos, no hay interacción en tiempo real, hay silencio. Aprender de un libro parte de que recoger algo que otra persona selló hace mucho tiempo sin conocer nuestra opinión y sin que tengamos oportunidad de compartirla. Parte de la idea de que no podremos esclarecer las ambigüedades que encontremos y —de tratarse de algo práctico— será necesario resolver las casuísticas que aparezcan. Tomar decisiones, experimentar y, probablemente, cometer errores. Supongo que este proceso no parece agradable, pero deja más espacio para la creatividad y para desarrollar nuevos recursos. En cierta manera, leer nos transforma en intérpretes y protagonistas de lo que hacemos con esa información, no tanto en reproductores.

Algo aún menos evidente que ofrece la lectura frente a la documentación en internet es la serendipia. Como muchos no tendréis ya un diccionario a mano, os dejo aquí la definición de la RAE:

Serendipia: 1. f. Hallazgo valioso que se produce de manera accidental o causal.

Este valor emerge de la dificultad intrínseca para buscar en un libro (en comparación con pulsar ctrl + F). La precisión de internet es algo que no se encuentra en los índices más afinados, y eso a veces trae sorpresas inesperadas. Jamás se me habría ocurrido que un clavel indio protege una tomatera de los insectos o que los sugus ya existían durante la posguerra, porque jamás lo habría buscado en internet. La serendipia va más allá, porque nunca buscamos lo que no confirma nuestras ideas preconcebidas. A un libro no le importa enseñarnos que nos equivocamos u otro punto de vista, no nos recomienda siempre lo que sabe que nos gusta, porque es neutro ante nosotros. 

Este post es café para muy cafeteros, y no soy ajena a la ironía de colgar en internet un post que aboga por aprender leyendo libros en lugar de posts colgados en internet. No creo que haya que renunciar a lo que la tecnología nos ofrece; pero no puedo imaginar lo que se perdería si olvidamos todo lo que la literatura puede darnos.

Codora

Este post es el primero que jamás publicó Codora en su blog. Si alcanzara algo grande, aquí empezó todo. De no ser así, podéis leer cómo pasó un domingo disfrutón.



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